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JESÚS, NO SE EQUIVOCA

Hola, mi nombre es Marisa del Espíritu Santo, soy peruana y llevo en el monasterio alrededor de 14 años. Cada vocación es un acontecimiento personal y original, suscitada por amor de Dios como un Don para la Iglesia.Hna. Marisa

Te contaré la mía: Mi relación de intimidad con el Señor, comenzó desde muy tierna edad; desde luego, mi pensamiento con respecto a Él, era muy incipiente. Pensaba que Dios estaba muy alto, en el cielo, pero que me escuchaba y sabía todo lo que yo quería, pues para eso era Dios. Me sentía muy querida por Él, recuerdo que aproximadamente a la edad de cinco años, me encontraba delicada, con fiebre y escuché que pasaban vendiendo una de mis preferidas frutas. Le pedí a mi madre que las comprara, pero no había dinero, mi padre cobraba a fin de mes. Nada más salir mi madre de la habitación, por la claraboya del techo cayó un billete de 10 soles y pudo comprar dicha fruta. El Señor, siempre me respondía… para mí era natural. Podría detallar un montón de acontecimientos, pero nadie leería tantas líneas, me saldría un libro. Sintetizaré todo lo que pueda.

Ya en Secundaria, al concluir el Párroco la hora de orientación vocacional, quedaba tan encantada que sentía deseos de abandonar el colegio para marcharme a un convento, pero pensando en la reacción de mi padre, no podía hablar. Él solía decir (tal vez de broma) que las que iban al convento lo hacían por no haber sido capaces de seguir una profesión. Para demostrar a todos lo contrario, le pedí al Señor con todo el corazón:

Señor, dame la oportunidad de ingresar a la universidad y cuando esté en el segundo ciclo, la dejaré para irme a un convento, así sabrán que Tú, eres para mí lo más valioso e importante”.

El Señor me tomó la palabra. Mi ingreso a la universidad fue una odisea. Pero no la abandoné, como prometí, por consejo de un sacerdote… Concluí mis estudios (ofrecidos a Él) obtuve la licenciatura, un master y trabajo. En todo este periodo transcurrido entre la parroquia y los estudios su misericordia me rodeó. Jesús fue muy cercano, tangible, tenía a mi lado al amigo que nunca defrauda. Pero se me presentó un problema que no podía resolver: Todo lo que había hecho el Señor me atraía. Y me parecía estar sentada a la mesa donde estaban servidas las vocaciones: vida “Contemplativa”, “activa”, las misiones… el “trabajar en mi parroquia” como lo venía haciendo. Me hubiese gustado tener 4 cuerpos para abrazar todos los estados pero como sólo tengo uno…

Le pedía al Señor me mostrara su voluntad como a María, nuestra Madre o como a san Pablo, pero no entendía su respuesta, me enfadaba muchas veces con Él por este motivo, pero siempre terminaba pidiéndole perdón. Como transcurrían los años, no tuve más remedio que tomar una decisión, le dije:

Señor, dicen que eres tú quien elige, pero en esta ocasión yo te voy a elegir a ti. Tú me diste la vida y como no sé qué hacer con ella, te la devuelvo

Pensé, entonces, entrar en una orden determinada. Apenas tomé esta resolución, escuché hablar de un sacerdote que fluía en dones de sanación, el P. Manuel Rodríguez (español) misionero Claretiano. Llena de asombro me dije: “él me dirá lo que el Señor quiere de mí” y fui a consultarle, pero se encontraba en España y volvería dentro de dos meses.

Mientras esperaba su regreso oré por él como por nadie, y le pedía al Señor que me hablara través de él, pues lo que me dijera, eso haría. Al fin pude hacerlo exponiéndole mi caso… en ese entonces tenía mi rostro un terrible acné purulento que se había hecho resistente a los antibióticos. Me decían que la mejor medicina era el matrimonio. El padre desmintió tal afirmación y oró por mí. Luego me dijo que espere (que termine de confesar) y me daría una carta.

Imagínense lo que sentí… El padre no me conocía, ni me esperaba y tenía para mí, una carta. Era la respuesta que tanto le pedí al Señor. Llena de suspenso y de emoción llegué a mi casa y encerrada en mi habitación, trémula, abría la carta… era la invitación a un monasterio español y estaba escrita por la M. Mª Dolores, la Maestra y actual Priora. Por gracia de Dios no me volví loca de alegría, pero ahí no terminó todo. Al día siguiente, como de costumbre, “corrí” a mirarme al espejo, conocía de memoria el tamaño de los horribles granos que cubrían mi piel… tenía la esperanza de que disminuyeran un poquito y casi desfallezco al ver mi rostro limpio, el acné, en pocas horas. Había desaparecido totalmente. Dejé las medicinas y volví a comer de todo. El Señor me mostró portentosamente su voluntad y la ratificó sanándome.

En el monasterio me encuentro inmensamente feliz… Sé que mi vida no es estéril. He acrecentado mi amor a la Virgen María y me esfuerzo en compartir su misión en la obra redentora, como toda carmelita. El Señor sigue haciéndose presente sobretodo en la Liturgia y en su Palabra. Parece que me ha llevado siempre en palmitas, pero no. He tenido muchísimas tribulaciones y obstáculos, y los sigo teniendo. Pero fiada en su Palabra y sustentada por su misericordia sigo mi “carrera” con la total seguridad de que JESÚS, NO SE EQUIVOCA.

ÉL ES DIOS.